domingo, 1 de agosto de 2010

ENSAYO DE OPINIÓN.-, Campañas Políticas, simple popularidad o verdadera democracia.


En el renombrado marco de las pasadas contiendas electorales, en las que se revivió el ejercicio del inveterado sufragio, y del abstencionismo acallado, se nos presenta un escenario inmejorable para el desarrollo de las temáticas relativas a las campañas políticas, al reconocimiento de la extraordinaria valía del sufragio en los derechos político-electorales, y del reconocimiento de los verdaderos principios que deben regir nuestra democracia.


Se vuelve entonces fundamental, el establecimiento del propio significado de lo que representa, y debe ser el principio político que hemos adoptado en su antonomasia, debemos descubrir la verdadera democracia que se nos presenta ajena al margen de toda ideología, filosofía, color o partido que se ostente y engalane. Misma democracia que ha de ser dignificada en el tintero de las ideas, y enaltecida en su praxis política. En el principio intelectual, representa una elaborada forma de gobierno, surgida del pensamiento de los ilustrados; en la que se impone la voz de la mayoría, pero se sujeta bajo la autoridad de sus gobernados. Sin embargo, nuestra realidad ajena a verdades y complaciente con las falsedades, ha dejado en el olvido tan loable cometido, y ha desgarrado su significado, para descubrir en la demagogia sus más oscuras vestiduras.


En el quehacer político de nuestros días, la esencia de la democracia se encuentra mancillada, y los factores que le dan tormento, en un creciente e inacabado aumento. Los actores políticos han optado por dejan de serlo, y sus campañas por ser vacías y llanas. El arte y virtud de la política, se ha visto obligada a perder su fuerza y liderazgo, para volverse al satisfacer las formas al servicio del aplauso; dejándose al vicio, y no a las realidades del conducir a las sociedades.


Las campañas políticas se vuelven de mundana preferencia, la simpatía y el triunfo a un candidato, se vuelven en factores incontables e incomprensibles, pero no por ello respetables. La sociedad se vuelca entonces en los términos de los más escrupulosos intereses personales, se desdibujan las propuestas de mejora y se cambian por el deseo lacerante de la dádiva mezquina; se olvida la verdadera política económica de realidades y se celebra la más pasajera y deplorable de las políticas populistas. Se olvida el genuino desinterés personal, en beneplácito del colectivo, y se asesina el principio de la fuerza del mejor argumento; se transforman las campañas electorales de la alta política, en pasajeros y juveniles concursos de popularidad.


Desde luego, las implicaciones a estas magras conclusiones, son a la vista evidentes, mas el silencio en su radical cambio, ha escrito devastadoras consecuencias. Es por ello, que el México con el que hoy nos enfrentamos, se nos presenta con la verdadera promesa de la excelencia, del reconstruir la sociedad en sus principios y virtudes, para con ello vivir de la mejor realidad política. La decisión de cambio se encuentra en nosotros, el destino del sufragio depende de nosotros, del volver a las propuestas y mejores hombres, y dejar a una lado el atender exclusivamente a las preferencias y simples simpatías.



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